sábado, 7 de abril de 2007

El Pinsapar / TRUJILLO, CÁCERES


_________ Trujillo, Cáceres

Trujillo, Cáceres. Y Mérida. Como el “y Sevilla” de Manuel Machado que canta a las Andalucía. Mérida. Digo que llego de aquellas tierras vecinas completamente emocionado. Ha sido un sueño. Las piedras de los antepasados, Roma, Al Andalus, los años medios. Y el milagro de que esté todo allí, no hayan hecho ni el tiempo ni el hombre su triste trabajo de guadaña. Para nuestro gozo. Desconocida Extremadura maravillosa, en pie y ya para siempre, ya para siempre. Palabras faltan, digo, para expresar la pared sillar, la perspectiva del otero en donde plantaron un castillo, las casas solariegas, los palacios blasonados, los empedrados que zigzaguean, las plazas de toda piedra, de pura piedra casi eterna, el aire inmarchitable de lo que sin duda fue un tiempo demasiado lejano. Lo enhiesto, noble, firme. Y bello. En las iglesias, en las almenas, en los conventos, en los arcos sarracenos, en los caseríos. Y Mérida merecida, emérita. Ciertamente augusta, alcazaba, columbario, teatro, anfiteatro, circo. Retablos de oscuras maderas, catedrales, altos campanarios desde donde se ve un horizonte infinito y tañen las campanas a boda, a alegría. Campanarios para mirar el campo que las circundan. A las ciudades, los pueblos. Llanos fríos de estos días, con brillos de escarchas de amanecida, cazadores con perros en los cotos bajo un sol esquivo, bajo nubes persistentes. 

No es justo que una tierra con estos tres diamantes esté a la cabeza de las regiones subvencionadas, ocupe los primeros puestos de la renta más baja. No se debería confundir la honrada humildad de sus gentes con la injusticia, el abandono. De todo lo que no llegó nunca después de aquella foto gris de Alfonso XIII, que Dios guarde, en Las Hurdes, el Rey en un borriquillo con su corte atónita, en aquellas escarpaduras, esas tildes del abandono de una tierra, tan española. Trujillo, Cáceres. Y Mérida. Hay que ir allí y sentarse a contemplar la piedra dura labrada en muchos siglos, mirar el aire con las nubes de estos días, ver el afán de sus gentes, las hospitalaria actitud de sus taxistas locuaces y honrados, los jóvenes que pasean las avenidas, el deseo que se aprecia de crecer un pueblo, una región, Extremadura, oidme. 

Cierro los ojos y la emoción persiste, tan a mano ese solar de pueblos laboriosos y esta corona de tres diamantes de piedra viva que refulge. Un poco de Huelva y subir entre dehesas, linderos de piedras lajas, ovejas en rebaños tranquilos, ibéricos distraídos que rastrean las bellotas caídas de los árboles. Un tejido vale menos que un microchip pero muchísimo más que esta loncha de jamón incomparable sobre la losa blanca de un plato de apariencia tan modesta. Algo está mal hecho, qué duda cabe. 

Viajar es convertirse, sumergirse en el agua de un nuevo bautismo. Ahora me llamo Cáceres, Trujillo, Mérida. Del mismo modo que me llamo con el nombre de todas las ciudades que he visto, entrevisto, y amado. Lo digo con toda la ley de aquel poeta melancólico y enamorado: conmigo vais, mi corazón os lleva.

Diario de Cádiz
El Pinsapar
2007 04_

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