La melancolía, en mí, es un estado de profundización, de encuentro con mi ser más íntimo e insobornable.
Por eso amo la música, toda la música.
Pero especialmente la música que horada el fondo de mi alma. Como el fado.
Conocí Portugal después de conocer el fado. Me fascinó. Y me fascinan los portugueses, gentes sencillas, laboriosas, humildes.
Nuestros vecinos tímidos, a veces temerosos de nuestro vocerío y del olor de nuestra pólvora.
Deberíamos conocer más sus pueblos, sus iglesias, su calles empedradas en blanco y negro. Sus alamedas, sus parques, sus playas, sus vinos, sus 365 maneras de cocinar el bacalao.
Y su historia.
Comencemos por sus fados.
Algunas portadas de aquí y de allá.
Vendrán más.
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