_______ Remedio no tiene
He mirado el mar desde Israel. Tenía la sensación de que el mar que he mirado toda mi vida estaba en otro sitio. Llegué hasta San Juan de Acre desde el desierto y el olor del aire me emocionó. Mirando ese mar desde una azotea pensé en el camino al revés de aquellos cruzados que murieron -y mataron- por conquistar Tierra Santa. En verdad mi vida cambió en Tierra Santa, lo supe poco después de volver. Nunca nada sería lo mismo. Digo que vi el muro y las calles de los artesanos en torno a Belén. Y Nazaret, Tiberíades, EinKarem... Pero sobre todo subí a la explanada de las mezquitas, que había contemplado desde la ladera del viejo cementerio de Jerusalén, y comprendí que no tenía remedio, el destino de la ciudad estaba inevitablemente vinculado al odio, la lucha sin cuartel y el destino fratricida. Porque el templo de Salomón jamás volvería a erigirse sobre el promontorio, la explanada, el Monte del Templo, sin destruir las mezquitas de Al Aqsa y Omar, que alberga la piedra desde donde Mahoma subió al cielo.
Cualquier noticia -mala- de Tierra Santa la recibo sobre la herida de todos los golpes. Ahora ha sido esta del mar, de la flotilla de la propaganda para que Gaza no sea el horror silenciado en el que están encerrados más de un millón de palestinos gobernados por Hamas, un millón de palestinos sin esperanza si no se logra algún día un escenario de paz, si no se logra una paz duradera que sea antesala de la justicia y con la justicia el progreso, la ley y la libertad.
Frente al mar de Cádiz, que es el mar de espaldas al mar de Israel, qué fácil es la vida y la palabra, todas las vidas y todas las palabras. Pero en el mar de allí, que vi en Haifa, Tel Aviv, Cesarea… está escrita la leyenda de un pueblo que no quiere ser expulsado al mar, el pueblo que sobrevivió al holocausto se ha puesto de espaldas a ese mar para morir, si fuera preciso, antes de volver al mar, perder la tierra de sus antepasados.
¿Lo sabía la flotilla de la propaganda, el altavoz de Gaza, de la situación desesperada de Gaza? ¿Sabía de la voluntad de ese pueblo por morir antes que volver a morir en todos los destierros, en cualquier lejanía del mundo que han fabricado para vivir? Sin duda. Pero penoso es siempre el camino del diálogo, de la paz y de la esperanza. Tejer y destejer, enterrar a los muertos una y otra vez, cargando de odios todas las gargantas, llenando de odio todos los corazones para volver de nuevo, otra vez a los cementerios. Y así hasta el infinito. Qué desgracia.
El Pinsapar
2010 06 03_
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