________ Santos
Soy muy de Pablo VI. Digo que detesto a los curas que riñen a los que vamos a misa. Si Dios no es Amor, no es Dios. Si Dios no es un Padre amoroso, no es Dios. La religión - o sea, el modo de relacionarse el hombre con Dios- que no es una religión de Amor, es otra cosa. Ya tengo muchos años, he visto muchas cosas. No pretendo arrogarme los poemas de León Felipe. Ni de ningún otro. Ni le doy a la caza alcance ni afirmo que es un no sé qué que queda balbuciendo. Sencillamente pido misericordia, piedad y perdón. Lo que esta tierra niega por sistema lo pido para el cielo que nos tiene prometido. Llegar allí es hacerlo a los brazos de un Padre eterno, el Padre por excelencia. Lo demás, que sea lo que sea. O sea, lo que Dios quiera.
Pablo VI era ese hombre bueno que no se parecía a aquellos curas terribles de mi infancia, a muchos de ellos. No sé si fue un santo. La Iglesia no lo ha proclamado pero tampoco ha negado que fuera ese hombre bueno que desarrolló el Concilio Vaticano II, del que siempre se está hablando. La mejor oración, el Padre Nuestro, nos dice que hagamos lo que Dios quiere que hagamos. No entendí nunca una burocracia celestial de acciones tasadas al modo que lo han entendido muchas beatas sempiternas: "¿Cómo puede ser que esa (cualquier esa) vaya al mismo Cielo que yo si yo me he sacrificado y ella no, todo el mundo lo sabe?" Tampoco me gusta pedir, aunque sé que si se pide se nos dará. Imagino un clamor inmenso como una pajarería interminable de peticiones. Dios sabe lo que uno necesita aunque uno no comprenda casi nunca lo que Dios nos dice. Es lo que decía mi madre, ponerse en sus manos.
Me asaltaban estos pensamientos viendo la liturgia de los santos ayer en el Vaticano. Dos papas presentes en la ceremonia de santificación de dos papas ausentes. Ninguno era Pablo VI, el papa amoroso al que guardo mi más hondo sentimiento de afecto. Eran Juan XXIII, llamado con razón el Papa Bueno, y Juan Pablo II, un verdadero titán de la fe. La Iglesia, que es quien puede, los ha declarado santos. El campesino Roncalli y el polaco Wojtiwa forman parte ya de toda una letanía muy larga que se reza en las solemnidades. Un papa argentino en presencia de un papa alemán ya emérito presidió la ceremonia de santificación. Mucho más que un símbolo. Venimos de una historia muy larga, muy llena de meandros y de tragedias, una historia tal vez incomprensible para muchos.
Diario de Cádiz
El Pinsapar
2014 04 29
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