Sic transit gloria mundi, Delia... Son las primeras palabras de una novela que me fascinó, "Florido mayo". Su autor, Alfonso Grosso, más tarde gran amigo, lo era de Luis Berenguer, el inolvidable autor de "El mundo de Juan Lobón", muerto en La Isla de Camarón el 14 de septiembre de 1979. Era el tiempo de los grandes novelistas andaluces Grosso -Nobel in pectore, lo llamó el maestro Antonio Burgos-, Berenguer, Caballero Bonald, Requena, Fernando Quiñones, Manuel Ferrán, Accuaroni, Ortiz de Lanzagorta, Vaz de Soto, Julio de la Rosa... Ruiz Copete, siempre generoso, lo estudió amplia y sabiamente.
Pero yo no quería hacer la laudatio de una generación magnífica de artistas magistrales sino recordar, al hilo de lo que ahora le ocurre a Gabo García Márquez, que se ha ido, no está, no recuerda nada, no sabe quién es, que algo parecido le sucedió a nuestro Nobel in pectore, al grande Alfonso Grosso. Ya sospechábamos que algo le ocurría. Sobre todo una tarde en que paseábamos los dos por la calle Columela cuando nos encontramos con Fernando Quiñones.
Las relaciones entre ambos no habían sido muy cordiales. Y no por el gaditano, siempre amigo, sino por el sevillano, arbitrario de suyo y mucho más con copas, pero ese encuentro fue sorprendente. Alfonso abrazó a Fernando con mucha emoción, para sorpresa de éste, y mostró que nada nunca había ocurrido en el pasado. Fuimos los tres a beber una cerveza y, en un momento dado, Quiñones me dijo: "Si no lo veo, no lo creo, Enrique. Me parece que Alfonso piensa que tú eres Luis Berenguer". Por algunas otras circunstancias a mí me lo pareció también. Y ya luego empezó a triunfar el tobogán. Hasta que supe, poco después de haber almorzado con él en Sevilla, que había desconectado también de sí mismo, yendo a algunas librerías de amigos sin saber ya quién era, ni con sus libros en las manos, diciendo que decían que esos libros los había escrito él. Como si esto fuera un disparate.
Gabriel García Márquez |
Quizá por haber vivido como propio el drama de Alfonso Grosso, realmente triste y doloroso, ahora lo de García Márquez viene a añadir más tristeza a la tristeza. Tuve la oportunidad de estar en Cádiz con él, cuando Rafael Román logró traerlo a la provincia. Fui uno de los privilegiados que pudo compartir con el colombiano toda una velada amable en donde oímos su sabiduría y vimos su magia de palabras evocadoras y de compromiso con su tiempo. Ahora ya no sabe que es García Márquez, ni recuerda Macondo, Aureliano Buendía ni la tarde inolvidable en la que recibió del Rey de Suecia el Premio Nobel para Colombia, la lengua que nos une, y su propia obra, legado indeleble de la literatura universal. Penoso de verdad un fin así...
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