Fernando Terromoto. Un milagro.
Hubo un tiempo en que los aficionados se dividieron en dos. El flamenco había superado el mairenismo como canon universal, estaba en otro sitio. Por eso. Digo que se definían por lo que no eran, por de quien no eran. Así: “Yo no soy de Camarón, soy de Terremoto”. Fue la dialéctica definitiva. Al lado -al margen- de los grandes cantaores coetáneos, grandísimos cantaores, los aficionados se alistaban en los ejércitos de Camarón, y de Terremoto. La razón, se me ocurre, estuvo siempre en que la primera condición del arte, y del ser artista, era el no parecerse a nadie. A nadie. Como Fernando Terremoto. Como José Monje Cruz. Aunque ellos se parecieran entre sí. En el sentido de la elevación del flamenco a la suprema categoría de lo gitano. Del cante gitano. Cada uno tenía su grito, su almíbar, y su hiel. Fernando Terremoto tenía un grito que compendiaba el flamenco. Por seguiriyas era terrible, es terrible. Te crujen los huesos. Por soleá te entra por las venas ese estado previo de la elevación. Ninguno como él tenía un remiendo en los calzones, que decía Juan Talega. No se puede cantar... Iba a decir “mejor” sin darme cuenta de que entraba en el corral del tópico. Con Fernando Terremoto no podemos hablar de mejor, ni siquiera de bueno. Está en otra dimensión de la magia, de la delicada fragilidad del alma de vidrio del verdadero y genuino flamenco.
Los detalles particulares, las anécdotas repetidas, como el agua de la fuente de la plaza del pueblo, hay que dejarlas a un lado para -en desnudo- encontrarse con este tesoro que fue labrando con su “Nagra” Ricardo Pachón. El directo traspasa la grabación, el cante de Fernando Terremoto llega con su pálpito, con su “sonío” más negro, más telúrico y misterioso. Quienes no tuvieron la fortuna de vivir las noches de festivales en donde cantaba Terremoto, ni las tenidas particulares en donde se rompían todas las camisas, ahora puede asistir con nada de imaginación al milagro del flamenco en su estado más prístino. Si no me cree alguien, que meta los dedos en el costado de Fernando Terremoto. Es inmortal.
Es el Flamenco, el verdadero y genuino, el que está hecho con nombres, con saliva, con sangre. Un milagro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario