_________ Los huesos de Grazalema
Si en Grazalema estuvieran los huesos de mi madre o de mi abuela, no pararía hasta traerlos conmigo a donde me pareciere. Si en un rincón ignoto hubiera un papel con el nombre del verdugo, lo pondría en lo alto del campanario. Grazalema tiene las mismas sílabas que Paracuellos, o Badajoz. Todos los nombres mártires de España tienen las mismas sílabas con que se paladea el amargo sonido del horror.
En el cuadro de Goya los asesinos de pueblo indefenso tienen un escorzo criminal, y un uniforme en desuso. Las caras están ocultas en el perfil oscuro de la tarde. Hay más cercanía en otros horrores pero, como dejó escrito Neruda “de infierno a infierno, ¿qué hay?”. Me persigno con las cuatro sílabas de Grazalema, con su fosa con los huesos de las mujeres fusiladas. Sin duelo no hay un poco de paz, sin duelo el agobio ahoga. Si de llorar se trata, lloremos todos para bautizarnos en esas lágrimas, lavarnos de los pecados de nuestros abuelos, de nuestros bisabuelos, de nuestros españoles. Y para rechazar esa herencia que no queremos, que rechazamos con todo nuestro corazón dolorido con el recuerdo de tantas muertes crueles, injustas, criminales.
Muchos, muchísimos, hemos sido educados en el perdón, en el olvido. Preparados para la reconciliación sincera, de raíz. Muchos hemos sido enseñados para mirar a lo lejos, más allá de los horizontes. Para distinguir las voces de los ecos. Para construir el futuro que tenemos. Estos huesos no son ni palos en las ruedas ni motivos para nuevos enfrentamientos. Ni siquiera hablo de paz, piedad y perdón. El tiempo ha cubierto con su sudario de nieve casi todo el espanto. Sólo queda la memoria de ese espanto. No el turno, porque no puede haber un turno, todo es uno en esto, lo primero, lo segundo, lo último. Y no creo que si algún enloquecido le diera por tirarnos a la cara esos huesos, ni los otros (porque hay otros huesos) lograra otra respuesta que nuestros besos, nuestros besos a esos huesos, a todos los huesos de España.
Veo la foto del hombre acuclillado mirando los huesos de su muerto inolvidado, inolvidable, queridísimo. Los ojos se me llenan de agua. Como cuando el azar me trae otras imágenes de lo horrible vivido. Recuerdo el espanto de mi madre, ya en sus días finales, cuando le pedía que recordara sus años jóvenes. Estuvieron ligados al horror del que hablo, que hoy se llama Grazalema. “No quiero, no quiero”, me decía. Negándose a recordar sus dramas, el drama de los suyos. Pero jamás salieron de sus labios otras palabras que olvido, horizonte. Nunca hubo lo que humanamente pudo haber habido. Dios se lo haya retribuido con más paz en la eternidad que aguarda. Pero si allí estuvieran sus huesos... Iría, iría...
Diario de Cádiz
El Pinsapar
2008 09 11__
REALMENTE DA GUSTO LEERTE.....
ResponderEliminarEstoy con Vicen... habría tanto que decir sobre el tema que abordas hoy -hace mucho ya, mirando la fecha de mi comentario-... los horrores de la guerra es lo que traen... impotencia, un rencor que corroe, dolor que duele y duele... pero nunca el olvido...
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