______ Un sentimiento
Con Adolfo Suárez damos sepultura a un sentimiento unánime. Muchos no saben qué nos pasa a muchos pero lo que nos pasa a la inmensa mayoría de los que sabemos qué sepultamos es lo mismo, un sentimiento unánime. De que cerramos un libro mágico, una novela de misterio más que un libro de Historia. No archivamos un expediente con el último certificado, de defunción, abrimos otro libro de páginas en blanco en el que ya no estamos seguros de si podremos empezar a garabatear el futuro que nos merecemos los españoles. Porque el autor no ha aparecido en el horizonte, más bien el incendiario. Le combatieron, uf, sin descanso. Hoy, ojerosos, arrugados y encanecidos, inclinan su cabeza ante su féretro. Sinceramente. Digo que algunos lo tuvieron en menos por sus escasos méritos académicos (qué española cosa, sucedáneo cateto de la vieja nobleza que miraba por encima del hombro) y no entendieron que el Rey pidió a Fernández Miranda lo que don Torcuato puso en aquella terna que no entendieron entonces. Lo cierto es que hasta que el Rey no lo puso en la presidencia del Gobierno no empezó el nuevo tiempo, que hoy se sepulta en la iglesia-catedral de Ávila, capital de la provincia en donde nació y en donde tuvo su primer cargo importante: Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento.
Es fácil pensar ahora que el Rey se la jugó en esa apuesta y difícil entender la unión que mantuvo Adolfo Suárez con Su Majestad hasta el día que no recordó que había sido Presidente del Gobierno. Fue una inteligencia extraordinaria la establecida entre ambos. ¿Batallitas de los abuelos, los unánimes que ahora asistimos a las exequias? Pero gracias a ese tándem, a esta pareja de hombres jóvenes que quisieron saltar de la España de las trincheras a la España de la Unión Europea hoy podemos contarlo.
Difíciles somos y al mismo tiempo tan solidarios, cuando nos hundimos sin remedio. Levantiscos, irredentos, insurgentes. Llegamos a querer tanto lo que tenemos -sea poco o sea mucho- que tendemos a creer que no existe algo igual, o mejor. Ni siquiera como posibilidad. En Cádiz sabemos mucho de esto, inventamos el "Los siento, no todo el mundo puede ser de Cádiz". Este ser de afirmación, por lo menos, no es un ser de exclusión. Afortunadamente. Fue el secreto, la obsesión de Juan Carlos I y Adolfo Suárez, que no hubiera exclusiones, que lo diverso fuera lo que es, riqueza, y que riqueza se llama en el interior de su nombre la vieja Patria de los españoles, este friso con tantos nombres como viejos reinos o territorios.
Adolfo Suárez ya está en paz. Muchas gracias, Presidente.
Diario de Cádiz
El Pinsapar
2014 03 25_
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