domingo, 12 de febrero de 2017

Calle Real / LAS CENIZAS DE ALFONSO


















 


_________ Las cenizas de Alfonso

Quienes llevaron la urna con las cenizas del inolvidable Alfonso Berraquero a la iglesia de La Pastora y la depositaron en el altar de la Virgen de la Salud, la talla tan bella con la que digamos inició su vuelo hacia la inmortalidad del arte de nuestra ciudad, ignoraban la existencia de dos cánones, cuando menos, de la Iglesia Católica. El canon 1242 del Código de Derecho Canónico de 1983 es muy claro. "No deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice, de sus propios cardenales u obispos diocesanos, incluso eméritos”. El Código de Derecho Canónico, en el canon 1239, también establece que ningún cadáver, ni siquiera el del Papa o el de un obispo, puede estar enterrado bajo el altar; en caso contrario, no es lícito celebrar la Misa en él. También reconoce el derecho de los fieles a elegir el cementerio en el que quieren ser sepultados, salvo que el derecho se lo prohíba. No soy un experto en cánones, ni mucho menos. Tomo estas informaciones de la hemeroteca del diario El País, que se publicaron con motivo del enterramiento de Adolfo Suárez, junto a su esposa, en el Claustro de la catedral de Ávila, muy cerca por cierto de donde están los restos del gran historiador Claudio Sánchez-Albornoz. Las consecuencias de estas disposiciones canónicas han sido las conocidas: el Obispado ha ordenado que la urna con las cenizas de Alfonso Berraquero deben ser retiradas de donde se encuentran. Lo que ha sido motivo de malestar de algún sector de la ciudad con el Obispo, que ha hecho lo que está obligado a hacer en estos casos.

La Iglesia es milenaria, y sabia, como es conocido. Nuestra ciudad tiene 250 años. Si tuviera más quizá habría dispuesto alguna norma que hubiera hecho inviable este sainete trágico de unas cenizas que van de un lado para otro, sin destino fijo al parecer. Porque en ella se establecería que los Hijos Predilectos y Adoptivos de San Fernando, y quienes un gobierno legítimo dispusiere, deberán tener un sepulcro a perpetuidad en la ciudad. Que sería una forma de darle homenaje y memoria más allá del tiempo. 

Algo de esto conté no hace muchas semanas en un artículo publicado en este Diario y que titulé Montparnasse, que es el lugar en donde reposan los restos del gran poeta peruano César Vallejo, muerto en París en 1938. Y cuya tumba hemos visitado y visitan decenas de miles de devotos del poeta de todo el mundo. ¡Tantas ignorancias se quitan viajando! No quiero acudir al significado de la tumba de José Monje Cruz. El cementerio isleño está lleno de anécdotas de los miles y miles que vienen desde todos los puntos de la geografía emocional del Flamenco a rendir homenaje y rezar delante de la tumba del genio cantaor de la Isla. Que, por cierto, hicieron Alfonso Berraquero y Manuel Correa. Alfonso, en concreto, la imagen esplendente de un Camarón inmortal sentado en una silla momentos antes de cantar.

Cuando he sabido lo de las cenizas de Alfonso he sentido una suerte de enfado interior, metafísico. No es justo este trasiego, este manoseo con quien ya debería tener su reposo en el cementerio de su pueblo, en el que quiso descansar para siempre. Ojalá impere algún día el buen sentido. Sobre las cenizas de Alfonso y sobre tantos desatinos, digamos cañaíllas.

Diario de Cádiz
Calle Real
2017 02 12_

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