________ Libros recuperados
Siempre es gratificante asistir al nacimiento de un libro; más todavía si es premiado y sale a la luz agradando y convenciendo a un significativo número de lectores. Conocí Calle Comedias durante su gestación, digámoslo en un lenguaje plástico, y desde los inicios me quedé sorprendido por la evidente capacidad de Enrique Montiel para emprender la fabulación de una realidad efímera, acontecida en una calle con sus vecinos conocidos y participantes de un acontecimiento que se desarrolla un ambiente popular. En principio, si tuviésemos que establecer un paralelismo entre el carácter de su autor y el tema y la estructura de la obra, veríamos de inmediato una reciprocidad innegable.
Todo ese mundo abocado a la calle que vertebra la novela no es gratuito por parte del novelista, sino que ello nos aporta una credencial de la psicología del creador: la procesión de la Cofradía de Nuestra Señora de la Caridad subiendo la calle Comedias de la Isla de San Fernando, la noche del Martes Santo, el bullicio anónimo y el entrecruzamiento de personajes y situaciones vitales de cada uno de ellos o de sus familias en distintos tiempos no lineales que configuran la visión de un mundo determinado con sus costumbres, sus caracteres y sus fraseologías.
Cuando he dicho que hay un paralelismo entre el autor y la obra he querido decir que los valores sociales y estilísticos de la novela no han sido en absoluto inventados -ni falta que hacía-, sino que la narración es un producto suministrado por la misma realidad y captado por el hombre que hay dentro del escritor. Pero ese contenido no está tratado asépticamente. El autor trata a sus personajes con una gran ternura: desde el entusiasmo de los cargadores -Zaragoza, Campillo, Pepe el mellao…-, pasando por la problemática diaria de la pobreza y las miserias humanas -Maruja Botana y su madre, Diego Sánchez, Carmelita Santos…-, o por la caracterización de personajes de barrio -Olegario Carmona, el maestro Zambrana, Pulido, Ramiro, el poeta que escribe para las chirigotas- hasta un atisbo de las inquietudes cofrades, representadas por Juanini, sin olvidar la palpitación política con su eterna alternativa de izquierdas y derechas -Esteban Lago, Joaquín Rodríguez-, ni las referencias taurinas -Rafael Ortega, Ruiz Miguel, Emilio Oliva, Paquirri-, todas ellas en torno a Bernardo Alonso.
Parece como si el autor hubiese querido crear un movimiento incesante de individuos y lugares para darnos la impresión de una vida que hierve de pintoresquismo.
Pero nada más lejos de ser una novela costumbrista. Enrique Montiel ha logrado unificar unos matices que componen un precioso cuadro en el que todos los que deambulan por él con las variadas temáticas de sus experiencias cotidianas convergen en un núcleo -la subida de la Caridad por la calle Comedias con su tradicional ceremonia cofradiera- de manera que podríamos pintar un círculo en el centro de un plano y desde él trazar una línea por cada personaje que interviene, aunque, en ocasiones, este personaje sea colectivo.
Si partimos de que la novela no debe ser jamás poesía ni ensayo, sino narración en la que el novelista “vive” con sus personajes, en Calle Comedias ese gusto por contar conlleva la realidad misma como una épica de barrio, un documento que sigue viviendo en la memoria de lo cotidiano cuando se acaba de leer la novela, como si de la realidad a la novela hubiese un puente por el que se transita sin tropezar con una ficción inoportuna. En eso consiste el realismo que inaugura Cervantes y sigue en la tradición novelística española.
Pasarán los años y nuevas generaciones, tal vez futuras todavía, leerán esta obra y agradecerán al autor que él retratara este tramo de itinerario por una calle determinada que seguirá existiendo, pero con unas gentes dentro y fuera de la procesión que hace muchos años estuvieron aquí y gozaron de la subida de una cofradía y su entorno humano, dejando una historia que no se puede olvidar, y hasta despertará un aire de evocación en esas almas que por amor a sus raíces populares se traslada al pasado para soñarlo y decir del maravilloso espectáculo religioso, en un arranque poético, como Manrique, que ese pasado “fue mejor”.
Juan Mena_
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