📷 Enrique Montiel
___________ PROA DE PIEDRA, CASTILLO DE SANTA CATALINA
La línea del horizonte que separa el mar de olivos del cielo azul
es como la línea del mar que yo conozco
es el océano el distinto, son los olivos y las sierras como grandes olas
El mar en la tierra, la tierra en el mar.
La proa tiene una cruz, no un torrotito
como las fragatas y las corbetas grises de este mar,
una cruz inmensa, blanca, de piedra.
Una cruz
es el recuerdo de unos brazos clavados
y un corazón a punto de detenerse. La cruz es siempre
la cruz de Cristo.
La proa es verdaderamente una proa de velero
quieta en el paisaje de este mar de olivos
pina sobre la sierra, elevada,
enhiesta.
Esa proa, no otra, fue la elegida
para que las cenizas descendieran a la tierra
Quién podía pensar que estando todo aquí
hubiera estado siempre en ese sitio quieto
en esa proa de piedra de un buque de piedra
varado en la piedra elevada sobre el caserío.
Quién hubiera podido pese a tantos recuerdos
y tantas lágrimas
que allí estuviera el deseo de permanecer
en cuanto permanece la minúscula mota achicharrada
de nuestro corazón, el suyo tan grande
y amoroso.
Asomado a esa proa, mirando el caserío agavillado
sobre una de las grandes joyas del Renacimiento,
yo no sabía... Digo que sabía que estaban por allí
sus cenizas pero no en ese sitio exacto, equidistante
entre la mirada y la lágrima.
Fue desde esa proa de piedra, esa altura de gran velero
sin zozobra, desde allí, qué dolor, fue desde donde sus cenizas
volvieron a las cenizas de su amor a una mirada que abarcaba la vida vivida.
Dios mío...
es el océano el distinto, son los olivos y las sierras como grandes olas
El mar en la tierra, la tierra en el mar.
La proa tiene una cruz, no un torrotito
como las fragatas y las corbetas grises de este mar,
una cruz inmensa, blanca, de piedra.
Una cruz
es el recuerdo de unos brazos clavados
y un corazón a punto de detenerse. La cruz es siempre
la cruz de Cristo.
La proa es verdaderamente una proa de velero
quieta en el paisaje de este mar de olivos
pina sobre la sierra, elevada,
enhiesta.
Esa proa, no otra, fue la elegida
para que las cenizas descendieran a la tierra
Quién podía pensar que estando todo aquí
hubiera estado siempre en ese sitio quieto
en esa proa de piedra de un buque de piedra
varado en la piedra elevada sobre el caserío.
Quién hubiera podido pese a tantos recuerdos
y tantas lágrimas
que allí estuviera el deseo de permanecer
en cuanto permanece la minúscula mota achicharrada
de nuestro corazón, el suyo tan grande
y amoroso.
Asomado a esa proa, mirando el caserío agavillado
sobre una de las grandes joyas del Renacimiento,
yo no sabía... Digo que sabía que estaban por allí
sus cenizas pero no en ese sitio exacto, equidistante
entre la mirada y la lágrima.
Fue desde esa proa de piedra, esa altura de gran velero
sin zozobra, desde allí, qué dolor, fue desde donde sus cenizas
volvieron a las cenizas de su amor a una mirada que abarcaba la vida vivida.
Dios mío...
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