El caño de Sancti-Petri, que hace isla a La Isla y Cádiz, tiene dos orillas, la que toma su nombre y la de la vieja Real Isla de León, hoy San Fernando. El brazo principal tiene rumbo fijo y firme, con anchura y marea que se mantienen, calado suficiente y un trazado previsible. Hasta La Carraca. Digo más, hasta las aguas de la bahía, que completan la insularidad de las Gadeiras griegas, las islas antiguas. Entra la mar oceana por el castillo de su nombre, Sancti-Petri, más fortin que castillo, del XVIII, sobre la piedra en donde dicen estuvo un día el templo de Hércules, Dominator Leonis, dice la leyenda, y a donde se allegó Julio César a orar por Roma y destruyeron los árabes buscando un oro inexistente.
Chiclana litiga sin razón geográfica porque el islote forma parte de La Isla, con el argumento de que siempre lo vio más que San Fernando, hija del mar y de la Marina y que casi nunca miró al mar, hasta hace poco, que no tenía ni playa, teniéndola magnífica y virgen porque se la habían intervenido para la defensa nacional o los intereses de esa defensa...
La mancha blanca de la lejanía es el caserío cañaílla. Entre las orillas los barquitos, los yates... Antaño sólo candrays que traían y llevaban arenas, y los barcos de la caballa...
En la luz del mediodía una nostalgia que se acrecienta en el ocaso, cuando la luz amengua y merma.
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