La puerta de la iglesia estaba entreabierta y un cartel rezaba que se rogaba que se entrara a rezar, que se hiciera con el respeto debido. Así hice. Y mi sorpresa fue que un joven ensayaba una sonata de Bach muy conocida. La verdad es que luchaba con los pedales, repitiendo una y otra vez la coda que acompañaba la melodía que tocaba con las manos... La iglesia estaba prácticamente vacía a esa hora, pese a que las calles de Oxford hervían de turistas en una mañana de temperatura agradable y sin lluvia.
Me senté y Bach se apoderó de mí, como suele. Yo, la verdad, siento tanta gratitud hacia el Maestro Bach...
El tiempo no transcurría y me hubiera gustado quedarme allí hasta el final, hasta siempre, en esa iglesia vacía de una calle de Oxford, una ciudad que con decir hermosa apenas si rozamos la definición que merece...
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