jueves, 19 de junio de 2008

El Pinsapar / EN CASA
















_______ En casa

Rafael ya está en casa. El otro día, esa sensación indescriptible de los padres que cierran la puerta del hogar cuando han llegado todos los hijos, la tuvo Sanlúcar entera. Un respiro. Y con Sanlúcar la provincia de Cádiz. Y con la provincia España toda. Si todavía el nudo en el estómago de Madeleine McCann nos atenaza y no hemos visto mayor imagen de la desolación y la impotencia que la de su madre, rubia y frágil, muda por el camino de su casa a la pequeña iglesia portuguesa, la imagen amable de Rafael Ávila en una foto se ha superpuesto a la no imagen de su liberación, de su libertad recobrada. Ya está en casa. La Justicia hará ahora su trabajo y no habrá palabras para felicitar a quienes, como suelen, en silencio, sin alharacas, protegen nuestras vidas y nuestras haciendas. La vida ya está continuando, el alivio precederá a otra angustia, pero por lo menos Rafael Ávila ha vuelto sano y salvo, está en Sanlúcar, duerme en su cama y oye las voces familiares que lo han acompañado todos estos años.

¿Es el momento ya de pensar en voz alta? Hemos tenido una existencia tranquila demasiado tiempo. Hasta el punto en que todo lo malo sucedía en otros sitios, a otras gentes. Pero cada día más nuestras vidas son como el juego de los barcos. Agua. Tocado. Hundido. Y no ya al inevitable, metafísico devenir humano. Al puro vivir. Que aparece en un secuestro, un robo, un asesinato. Cada vez más cercano, más ostensible y lacerante. Nuestras vidas habían sido los ríos que daban a la mar, que es el morir. Ahora es este desasosiego, esta incomprensible realidad de Rafael Ávila, que puede ser secuestrado y encadenado a un colchón en la aldea del Rocío, y puede morir asesinado con aparición del cadáver o sin aparición, para mayor escarnio, mayor duelo y mayor dolor de todos los suyos.

¿Nunca vamos a detenernos ante la muerte? ¿Cuándo rechazaremos definitivamente el mal? La realidad imita a la ficción, al parecer. Y no al revés. Las desapariciones, las grandes y pequeñas tragedias cotidianas son como obstinaciones inevitables. Ortega Lara, por ejemplo. Que va a estar para siempre ahí, saliendo de un coche de la Policía, salvado de la muerte y escarnecido. O Rafael Ávila, sonriente en una foto a color, con amigos, amarrado con cadenas a un jergón en una casa de la aldea que es sinónimo de fe, de esperanza y de caridad, un lugar lleno de rezos, y de palmas, y de misterio. Al otro lado del río de Sanlúcar, qué bien parece, que cantara Lope de Vega.

Rafael Ávila ya está en casa, Sanlúcar ha cerrado la puerta de la casa como cuando se va a dormir y ya están todos, no falta nadie. Qué alegría.

Diario de Cádiz
El Pinsapar
2008 06 19_

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