Anticipo del cielo, de lo celeste. El teatro barroco en su puro y desnudo esplendor. Esta lleno de silencio en esta imagen que refulge y también lleno del lujo y esplendor de la Corte, lleno de quienes iban a llorar las pasiones ajenas, a sufrir con los dolores que quizá le recordaran sus propios quebrantos. ¿Superestructuras? Por Dios, éstas... Ninguna mejor, ninguna más expresiva de la construcción del imaginario del bienestar. La luz que ciega, la música que eleva, la voz humana, ¿trasunto de la voz de Dios?
Todavía puede uno adentrarse en estos vericuetos de la inmortalidad del instante de la lágrima, del placer incorpóreo, de la levitación que el arte nos provoca desde el primer arpa, el primer eco, el primer sonido del mar o de los bosques...
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