En la primera mitad de los 70 Alfonso Berraquero me pintó este retrato. Más de 30 años han pasado desde esos días. Miro el cuadro, óleo sobre madera aglomerada, y veo el joven que sin duda fui un día. Es un cuadro ciertamente lleno de recuerdos y afectos.
No era amigo de retratos el bueno de Alfonso, pero lo hizo para mi. Lo suyo ya era la imaginería y la escultura, en donde ha llegado a ser uno de los grandes maestros actuales. Pero los amigos trascienden siempre de los adjetivos, las categorías, los títulos. La amistad es el espacio inconcreto de la vida beata, de la vida tal como debería ser siempre.
Lo pongo aquí como Homenaje al gran Alfonso Berraquero, un hombre generoso, arbitrario, bendito. Un grandísimo artista.
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