SIEMPRE ESCRIBO EL MISMO POEMA
(In memoriam Emilio Beltrami De Grado)
Siempre escribo el mismo poema.
El mismo poema se llama sorpresa, desamparo.
Cuando nada comprendo cojo un papel en blanco y escribo:
No sé nada de la muerte, su acechanza constante
Su golpe certero. La muerte no es una palabra.
También escribo:
La muerte no mata nada –porque creo que somos
Seres para la vida
Y lo creo con Santa Teresa
Y con el Salmo. Por eso
Muerte, he ahí tu victoria. Que es
Ninguna.
Yo no creo que Emilio esté en la muerte
Sino en la playa, sentado a la mesa del almuerzo
Con los suyos.
Tampoco creo que se haya borrado su manera de sonreír
Ni de pronunciar el constante discurso sin palabras del verdadero amigo.
¡Qué animoso! Así, es imposible
Que todo se haya desvanecido y se diluya
En el tic tac insobornable de los días.
Sólo que no está, ahora no viene
Y, cuando suena el teléfono, no dice el cristal tenue
Que es Emilio el que nos llama
Como nos llamaba con su voz sonriente
Su afecto inaplazable y su manera de decirnos
Me quedo aquí
En la manera de decirnos
-porque eso sí es la muerte, un silencio
por el airecomo la caída de una montaña de nieve
desde lejos
Y el silencio de Emilio duele como un dolor de huesos
Más que un dolor de muelas
Como un dolor de huesos y membranas y cartílagos
Vasos sanguíneos, nervios minúsculos, piel indefensa.
Es lo que más duele
Este silencio prolongado, este no decirte
Que su sonrisa queda, su bonhomía queda
Su memoria está a fuego en el mármol, en el bronce, en la piedra
De todos estos días que hace
Que no viene
Que no llama
Que no nos dice de sus ilusiones y sus esperanzas
Y se pone a la disposición de ustedes, de nosotros
Para un consejo, un viaje en su moto
Un café con leche
Una cerveza sin alcohol.
Si hay que vencer este ruido que no cesa
Este runrún de maquinaria interna del desánimo
Nos ponemos
Pero cómo poder con este hueco, este espacio vací
Donde antes había un mueble lleno de libros
Una butaca en donde se sentaba a leer Emilio
Una calle por donde se le veía venir
En su manera de andar e ir saludando
En su franqueza sin doblez como un huracán
Una lluvia, una puesta de sol de gelatina naranja
Por el mar
De Cádiz.
Probablemente
Una parte de cada uno se ha ido con Emilio
Un trozo de memoria
Un pedazo de corazón
Un encogimiento, un sollozo sin consuelo
Vino a nosotros a decirnos ahgo que ahora vamos sabiendo
Se puede ser bueno
Es bastante fácil
Es cuestión de ser fiel, de ser como siempre fue
El mismo poema se llama sorpresa, desamparo.
Cuando nada comprendo cojo un papel en blanco y escribo:
No sé nada de la muerte, su acechanza constante
Su golpe certero. La muerte no es una palabra.
También escribo:
La muerte no mata nada –porque creo que somos
Seres para la vida
Y lo creo con Santa Teresa
Y con el Salmo. Por eso
Muerte, he ahí tu victoria. Que es
Ninguna.
Yo no creo que Emilio esté en la muerte
Sino en la playa, sentado a la mesa del almuerzo
Con los suyos.
Tampoco creo que se haya borrado su manera de sonreír
Ni de pronunciar el constante discurso sin palabras del verdadero amigo.
¡Qué animoso! Así, es imposible
Que todo se haya desvanecido y se diluya
En el tic tac insobornable de los días.
Sólo que no está, ahora no viene
Y, cuando suena el teléfono, no dice el cristal tenue
Que es Emilio el que nos llama
Como nos llamaba con su voz sonriente
Su afecto inaplazable y su manera de decirnos
Me quedo aquí
En la manera de decirnos
-porque eso sí es la muerte, un silencio
por el airecomo la caída de una montaña de nieve
desde lejos
Y el silencio de Emilio duele como un dolor de huesos
Más que un dolor de muelas
Como un dolor de huesos y membranas y cartílagos
Vasos sanguíneos, nervios minúsculos, piel indefensa.
Es lo que más duele
Este silencio prolongado, este no decirte
Que su sonrisa queda, su bonhomía queda
Su memoria está a fuego en el mármol, en el bronce, en la piedra
De todos estos días que hace
Que no viene
Que no llama
Que no nos dice de sus ilusiones y sus esperanzas
Y se pone a la disposición de ustedes, de nosotros
Para un consejo, un viaje en su moto
Un café con leche
Una cerveza sin alcohol.
Si hay que vencer este ruido que no cesa
Este runrún de maquinaria interna del desánimo
Nos ponemos
Pero cómo poder con este hueco, este espacio vací
Donde antes había un mueble lleno de libros
Una butaca en donde se sentaba a leer Emilio
Una calle por donde se le veía venir
En su manera de andar e ir saludando
En su franqueza sin doblez como un huracán
Una lluvia, una puesta de sol de gelatina naranja
Por el mar
De Cádiz.
Probablemente
Una parte de cada uno se ha ido con Emilio
Un trozo de memoria
Un pedazo de corazón
Un encogimiento, un sollozo sin consuelo
Vino a nosotros a decirnos ahgo que ahora vamos sabiendo
Se puede ser bueno
Es bastante fácil
Es cuestión de ser fiel, de ser como siempre fue
Emilio
Un amigo.
Enrique Montiel
La Isla, 7 de febrero de 2008_
_______ EMILIO BELTRAMI: UN GADITANO EJEMPLAR
El teléfono me trae la mala noticia de la muerte de Emilio Beltrami De Grado. Días antes también me llega por este medio temible que había enfermado gravemente. No entiendo nada. Es más, no sé cómo puedo hablar en pasado de alguien con quien he tomado café hace poco, con quien he compartido tantas ilusiones. No entiendo nada.
Por eso lo único que se me aparece es la estatura de un hombre bueno, generoso, desprendido, simpático. Gaditanísimo. Su estatura impresionante a la par que modesta, sencilla, humilde y sabia. No puedo entenderlo. Era, oh odioso verbo de pasado, el hermano mayor de San Juan de Dios, para entendernos. Había sido uno de los mejores abogados de Cádiz. Su ilusión era ésa, poner en valor el inmenso tesoro de San Juan de Dios. Trabajar por Cádiz. Su primer éxito, la restauración de Nuestra Señora de Guadalupe, la Patrona de las Américas, no podrá verlo con sus ojos que la muerte ha cerrado. Fue alma de la Asociación de Amigos del Patrimonio de la Ciudad de Cádiz, la apuesta de Teófila Martínez de involucrar a la sociedad civil en la recuperación del patrimonio artístico de Cádiz. Llevaba la intención de restaurar y rehabilitar el tesoro de la Hermandad de la Santa Caridad, que en San Juan de Dios espera, como Lázaro, la mano que le diga levántate y anda. Y contribuir a la recuperación todos los tesoros que en Cádiz esperan la resurrección con motivo del bicentenario de 1812.
Pero también lo suyo, lo que fue adquiriendo durante toda su vida, lo ponía a disposición de la mayor gloria de Cádiz. Así se lo hizo saber a la Alcaldesa y así lo hizo efectivamente. La reedición facsimilar de Cádiz en la Guerra de la Independencia, de Adolfo de Castro, que proyecta el Ayuntamiento de Cádiz, se debe a su gestión, al préstamo de un ejemplar en muy buen estado de su biblioteca particular. Otras muchas colaboraciones con la ciudad tenía pensado realizar. La muerte ha segado de un golpe todas estas ilusiones, esta dedicación a su ciudad natal a la que quería dedicar los años que restaran de su vida.
El teléfono me ha traído esta mala nueva. Yo he perdido un amigo extraordinario. Cádiz, un gaditano ejemplar.
Diario de Cádiz
2008 02 05_
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