domingo, 18 de diciembre de 2022

Calle Real / LA INFANCIA, LA PATRIA


______ La infancia, la Patria

Entonces no sabía que Rainer María Rilke (Praga, Bohemia, 1875 - Val Mont, Suiza, 1926) había dicho que la verdadera patria del hombre era la infancia. Imaginarán que era también de la mujer, porque en el hombre se incluían los dos. No lo sabía. Son estas cosas que lleva y trae el río de la vida y que un día lo coges del agua y te lo quedas para siempre. Mira, esto está bien. Digamos que era un modo de pararte y mirar todos esos años. Es que no puede ser sino verdadEn la infancia está la madre, el despertar, el conocer, el dormir profundamente, las ilusiones. Pocas cosas más estimulantes que mirar la sonrisa de los nietos, te transportan a esa franja de tu vida de días interminables.

Mi infancia transcurrió en una calle que entonces se llamaba Requetés de España, una calle empedrada con aceras de piedras grandes. Había un cine que daba sesión doble los domingos, un comedor de pobres, un horno donde se hacía el pan, la puerta de salida del colegio de las Carmelitas, una zapatería, los grandes almacenes en donde se ‘inventó’ la letra de cambio, patios de vecinos, un colegio de niños y niñas, un comercio de máquinas de coser… Y el refino de María Luisa, juguetería de las navidades isleñas, escaparate de la ilusión. 

Mi familia vivía en una de las cuatro esquinas de Requetés con Rosario, o sea, desde el cierro de la habitación de mis padres se veía el paso de la Semana Santa por la ‘carrera oficial’, y los desfiles del Tercio de Infantería de Marina y la marinería del Cuartel de Instrucción, con sus bandas de música maravillosas. En mi infancia, que era el tiempo de una España que luchaba por recuperar la alegría, un país difícil que hacía poco más de diez años que había acabado una guerra cruel, la llamada Guerra Civil; en mi infancia feliz, decía, estos días de ahora llenaban de luces las calles y se vivía con intensidad unas fiestas que siempre empezaban el día 22, sonando en las radios de todas las casas el cántico esperanzado de los niños de San Ildefonso, hasta que salía el ‘gordo’. Si no llegaba una parte, algunas pesetas del décimo, no importaba, se deseaba la gente mucha salud, el año que viene nos tocará algo, si Dios quiere. Claro, que tras de la sopa de picadillos, la pepitoria, las gambas y las cajas de polvorones, y la noche de reyes de una familia de seis hermanos, la Isla volvía a encogerse, oscurecerse y entristecerse.

Es lo que no me gustaría volver a vivir, esa memoria de lo gris, de lo profundamente triste de lo que llamaban la ‘cuesta de enero’. Los tiempos del reencuentro y los abrazos, de los hijos que vuelven, de la neblina de la bondad que nos envuelve muy temprano, debería ser la imagen de España y de los españoles… Y no la que repetidamente nos ponen en la televisión.

Diario de Cádiz
Calle Real
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