Cuando vi una foto suya, de Paris, me quedé asombrado. Lo que yo creo que debe tener una foto y los mimbres con que se hace, estaba allí. Y la mirada. Técnica y mirada hacen al fotógrafo como la harina y el agua hacen el pan. Busqué otras fotos y encontré una puesta de sol en Cádiz. Era perfecta también. Y seguí buscando y encontré ésta de La Casería de Ossio. Me rendí. Había captado la esencia de este rincón de la Isla de Camarón que tanto amo.
Las casetas de latas y maderas, enhiestas sobre la arena del playón antiguo de la vieja Real Isla de León, el nublado invernal de los que hacen exclamar a todos "¡La que va a caer"!, los grises, los blancos, los ocres... Hasta el cromatismo es pobre, o mejor modesto, cotidiano. El mar refleja el nuberío invernal, las planchas oxidadas de los muros exteriores de las casetas, el desorden que hace la marea, todo configura una estampa que contraponer a otra excelsa en la que, sobre el mismo escenario, muchas tardes de sol, el viejo dios se agelatina y se hunde con majestad en el mar, por donde cae América. Entonces esas aguas hoy de plomo espejean platas y fulgores, ese cielo abrumado por la que va a caer es un limpio celeste que se ocasa. Y cuando ya el mar sediento ha ingerido la gelatina naranja que es el sol del poniente, la luz está en el mar.
Nos debe también esta foto el fabuloso fotógrafo gaditano. Él, Alfonso Silóniz...