martes, 5 de junio de 2007

EL FLAMENCO. ORTODOXIA Y HETERODOXIA.


EL FLAMENCO: ORTODOXIA Y HETERODOXIA
DISCURSO DE INGRESO EN EL ATENEO DE CÁDIZ_

________ Enrique MONTIEL


Ortodoxia

(Del lat. orthodoxĭa; del gr. ὀρθόδοξια).

1. f. Conformidad con doctrinas o prácticas generalmente admitidas.
2. f. Conformidad con el dogma de una religión.
3. f. Entre católicos, conformidad con el dogma católico.
4. f. Conformidad con la doctrina fundamental de cualquier secta o sistema.
5. f. Conjunto de las Iglesias cristianas orientales.


Heterodoxia

(Del gr. ἑτεροδοξία).

1. f. Cualidad de heterodoxo.

Heterodoxo, xa.
(Del gr. ἑτερόδοξος).

1. adj. Disconforme con el dogma de una religión. Escritor heterodoxo. Opinión heterodoxa. U. t. c. s. Un heterodoxo. Los heterodoxos españoles.
2. adj. No conforme con la doctrina fundamental de una secta o sistema.
3. adj. Disconforme con doctrinas o prácticas generalmente admitidas.


Es obligado iniciar estas palabras acudiendo a la suprema autoridad del Diccionario de la Lengua Española para empezar desde el principio poniendo en orden uno de los asuntos más delicados y arduos del flamenco, entendido como un corpus, como una realidad que conviene ser establecida, definida y consignada. 

En el flamenco todo es polémico, empezaría diciendo también. Ocurre con todas las cosas que afectan a nuestra piel y al resto de nuestros sentidos. Racionalización y epidermis no siempre han ido de la mano. El amor pasional al toreo de Currro Romero o Rafael de Paula, del que participo plenamente, no es un hecho –siéndolo- que entre dentro de postulados racionalistas sensu stricto.

En el arte en general suelen darse estas controversias que, en ocasiones, han llegado a las manos, como suele decirse. Así lo significó Wagner en la ópera, frente a Verdi, o Picasso frente al acadecismo. Poetas, cantantes, músicos, coreógrafos, qué sé yo, modistos, toreros, futbolistas... caen del lado de acá o de allá del gusto de la gente. Eso hace que a menudo sean signo de contradicción. Como mínimo. Es muy duro oír decir a Manuel de los Santos Agujetas que Camarón cantaba “como un perro” para muchos aficionados a quienes Camarón llena de dulzura sus almas atormentadas. Del mismo modo, debe ser duro oír decir a otros, por el contrario, que Antonio Mairena no canta “cuadrao” o que los gachós no saben cantar por soleá y seguiriyas, o que los gitanos no han creado nada, sino han estado robando de aquí y de allá desde que llegaron a estas tierras de María Santísima.

Oigo decir a algunos, con gran sorpresa, que Raúl está ya para jubilarse, por traer también al fútbol a esta cesta de despropósitos humanos que es de lo que vengo a hablar hoy a aquí, de despropósitos. O sea, de ortodoxia y heterodoxia.

La 4ª acepción del DRAE podría ser la única a utilizar para reflejar el sentimiento que separa las voces de los ecos, supuestos, de tan escurridizo asunto. Porque la conformidad con la “doctrina fundamental” del flamenco requeriría, en primer lugar, establecer cuál sea esa doctrina fundamental. Vamos, si Pericón hubiera dicho verdad, que el flamenco nació en Cádiz porque se encontraron en el puerto las “partituras” del Flamenco, se habría establecido una línea maginot absolutamente infranqueable. Lo siento, esto será lo que usted quiera pero esto no está en el libro. Sería fantástico este agrimensor surgido de un hallazgo completamente apócrifo. Pero la historia es otra, la historia fue otra, como bien saben todos ustedes.

Sesudos flamencólogos (a Camarón esta palabra le sonaba a “medecina”), a menudo “flamelancólicos”, empeñados en establecer las medidas de todas las cosas y animados de un espíritu ciertamente autoritario, han venido pontificando sobre lo que era o no era flamenco basándose en un criterio ortodoxo de conformidad a una doctrina fundamental inexistente. ¿Voluntad de poder? Muy posiblemente haya habido algo de eso, junto a las tremendas frustraciones de comprobar que aquello que se tenía por dogma era menospreciado y ninguneado por artistas y aficionados.

Es muy difícil resumir, como sin duda saben, más de 200 años de historia del flamenco de los cuales, históricos-históricos, yo consideraría al flamenco que pudo ser registrado en soportes susceptibles de ser reproducidos. Concretamente, que me digan que Enrique el Mellizo cantaba de tal modo porque Aurelio así lo había dicho, y hecho, es un acto de fe. Que vale para El Fillo, El Planeta, La Andonda y los Tío Luis de la Juliana y demás tíos del flamenco anterior a los cilindros de cera. Si se ha de creer –fuera de la fe en Nuestro Señor Jesucristo- en lo que se pueda ver, y oír, sobre todo oír, la “doctrina fundamental” inherente a la ortodoxia va a presentarnos muchísimas dificultades empíricas.

Para empezar escandalizando, yo creo que el flamenco lo inventó Pastora Pavón, La Niña de los Peines. Lo supe no hace mucho, cuando pude oír todas sus grabaciones, el magno logro del Centro Andaluz de Flamenco de Jerez de la Frontera. Cuando he comentado esto a algunos aficionados, si me conocen, no han mostrado escándalo. El problema es cuando algunos están todavía en las “teogonías” y mitologías al uso. Como esa cosa del origen árabe de la siguiriya, por poner un ejemplo, o la influencia de los cantes sinagogales o la introducción de los melismas en la composición sonora de algunos “palos” del flamenco de todos los tiempos. Porque los gitanos, los viejos egipcianos, vinieron en recolección, como si de hombres prehistóricos se tratase, desde esa remota región asiática al valle del Guadalquivir, en recolección de todas las formas musicales fosilizadas o fijadas, más o menos, por las distintas culturas del oriente lejano, el oriente próximo y el Mare Nostrum. Y andando el tiempo, fueron derramando el bálsamo de sus secretos arcanos musicales al pobre folclore que hallaron en esta tierra que les dio cobijo, y quebrantos.

Pues hay quien cree esto. Y quien cree, además, que “esto” forma parte muy importante de la “doctrina fundamental” que recoge la 4ª acepción del DRAE para la ortodoxia, ortodoxia, no se olvide, que ha venido a significar en muchas ocasiones la razón de ser y la carta de identidad del flamenco. Dicho llanamente, lo que es, o lo que no es flamenco.

Pocas cosas más pasionales que el flamenco, ni que la afición al flamenco. Es evidentente que la piel es uno de los factores determinantes de estos entendimientos. La gente no se rompe la camisa ni se da cabezazos en la pared, o deja de hablarse, si no fuera porque el cante produce más que un estremecimiento. Quiero decir que la pasión resta conocimiento pero que sin pasión no hay nada. Los Marchena, Farina, Valderrama y Molina, más el conjunto de ruiseñores alumbrados bajo el foco de la Ópera Flamenca, gozaron en vida de verdaderas pasiones mientras los Manolito de María y Mojama, Mairena y Juan Talega, Pastora y Tomás y los más grandes intérpretes del flamenco “ortodoxo” llevaron una existencia medio errática por el territorio flamenco. “Todo el que canta bien por soleá y siguiriya tiene un remiendo en los calzones”, que dijo alguien. Hasta que llegó Camarón, quiero decir ya entrados los 70 del siglo pasado, un paréntesis se había ceñido a la cintura de esta flamencología cristalizada en la obra conjunta de Ricardo Molina y Antonio Mairena y sus teorías divertidas del Flamenco. Tuvieron un abuelo que no ganó una batalla, parafraseando a León Felipe. Si efectivamente lo que es, es y lo que no es, no es –principio de la identidad de los seres- aquí de lo que se estaba discutiendo era de más cosas, porque una industria estaba entrando en escena y la industria es una actividad humana que tiende al beneficio y a la plusvalía. Esto es, si alguien ponía dinero en el flamenco era para obtener beneficio. Y estaba visto que cantando por soleá y siguiriya se tenía un remiendo en los calzones.

Ya Vedrines, el famoso empresario de flamenco, conjugaba a la perfección lo que podía significar Manuel Torre y Manuel Vallejo. Pero la Llave de Oro que había recibido El Nitri la obtuvo Vallejo y no el jerezano de los soníos negros, uno de los principales puntales del flamenco-verité, si no el mayor de ellos. Como lo que empezó a significar Manuel Ortega Caracol desde el concurso de Granada que hicieron mano a mano Manuel de Falla y Federico García Lorca. Caracol, uno de los más grandes artistas flamencos de toda esta zigzagueante historia de desencuentros, eligió enseguida entre el remiendo en los calzones y el traje de fino paño hecho a la medida por la mejor sastrería de Madrid. Los de aquí no se lo perdonaron nunca. Por su fidelidad a unas formas sacrosantas en las que la soleá y la seguiriya señoreaban, pasaban grandes fatigas mientras que una zambra calacolera o un fandango le dieron a Manuel Ortega hasta un tablao en propiedad, un chalet en la sierra y la despensa llena de todo lo mejor, después de haberlo llevado a la pantalla y por todo el mundo. En el “fenómeno” Caracol intervendría al principio una joven jerezana llamada Lola Flores “que no sabe cantar ni sabe bailar pero no se la pierda”, pero había mucho más en ese cantaor bronco, gitano y racial. La cruda realidad de que una cosa era una cosa y otra, otra, se empezaba a poner de manifiesto en toda su crudeza. La ortodoxia de los tabancos y las “privaíllas” de la geografía flamenca no había logrado subir a la primera división que significaba no tener el remiendo en los calzones.

En ese tiempo no había llegado “lo peor”. Por períodos, así tratados de largo, la “ópera” había sido un lapsus sólo. Lo caracolero tenía sustancia más duradera. No había trinos, había ecos. Y los ecos más puros, más rancios y más enigmáticos. La diferencia no es una cuestión técnica, digamos “vocálica”, ni mucho menos, se trataba de algo diferente, hablábamos de “transmisión”.

Cuando he intentado explicarme este diferendo entre la flamencología, siempre dada a pontificar, a anatematizar –esto es, esto no es... flamenco-, he observado un componente exógeno a la discusión: lo comercial. José Monje Cruz nunca ha cantado “como un perro”, siempre ha cantado como Dios. Lo que ocurría es que llenaba los festivales y se había convertido en un dios para los gitanos y había llevado a las orillas del flamenco a la los jóvenes de pop y del rock y de la gran puñeta. Cosa que Agujetas no había podido hacer nunca, pese a saberse un grandísimo artista flamenco.

Pero como vengo queriendo decir, todavía no había llegado “lo peor”. Y lo peor no se ha llamado Ketama, Aurora, Ray Heredia, Mártires del Compás, ni Navajita Plateá ni el caranonismo militante ni la etiqueta “nuevo flamenco”. Lo “peor” empezó llamándose “La Leyenda del Tiempo”, que resultó ser nada cuando Enrique Morente, de quien me adelanto a decir aquí que me parece un cantaor adorable, un artista descomunal, firmó una apuesta tremenda llamada “Omega”. “Omega” y “La Leyenda del Tiempo” son las rupturas más significativas y de calado con el flamenco tradicional que se conocen. Ambos cantaores venían de la “pureza”, esto es, del conocimiento exhaustivo del flamenco rancio, único y puro. Y tomaron estos caminos, iniciaron experiencias personales, únicas. Habían roto los sellos del arcano dos de sus sumos sacerdotes.

El flamenco, en verdad, es una sustancia que como el sándalo impregna de aroma la espada que lo corta. El flamenco pone el brillo y el misterio a todo lo que suena en su eco y en su compás. En verdad viene de unas formas musicales misteriosas, antiguas, arcanas. Pero qué más da. Hablamos de epidermis, y el alma debe tener –como la cebolla- muchas capas. Lo importante aquí es cerrar el paso a los reaccionarios, a quienes se creen propietarios de las patentes, dueños de la verdad absoluta que no conocen lo que escribió Antonio Machado, el “¿Mi verdad? ¿Tu verdad? Vente conmigo a buscarla, sólo no la encontrarás.” Ni se imaginan lo que me gustan y conmueven las soleares que Fernanda de Utrera canta al límite de sus fuerzas o los martinetes de ese animal insomne llamado Manuel de los Santos Agujetas. He tenido la fortuna de grabar los cantes de uno de los grandísimos dinosaurios flamencos del siglo XX, Santiago Donday, que le partía los riñones a todos y que Dios tenga en su gloria. Paquera y Antonia Gilabert, Chano Lobato y mis adorables Mariana Cornejo y Carmen de la Jara, como el Cádiz que emerge de su propio misterio en los cantes de Manolo Vargas, o El Flecha, o Juan Villar, con Aurelio al fondo, y los cantaores que no grabaron nunca y tienen estatura y quedarán en la Historia con mayúsculas del Cante, y una gran nómina de aquí y de allá, desde más allá de Vallejo a Antonio Reyes, desde Pericón y el Beni hasta la gente de Triana, y Lebrija, y los Puertos, el flamenco de la vía del tren, que decía Juan Talega para decir que ese era el flamenco; estoy queriendo decir, toda esta historia, toda esta nómina de desigual fortuna, representa un amor a unas formas, y sus variables, llamadas formas flamencas. Desde aquí se entra y se sale libremente, porque el arte, cosa que muchos ignoran, es libertad y no ese tribunal de la maldita inquisición que algunos vienen montando para decir que esto es o no es flamenco.

No sé si he ido tomando este Jericó en sus círculos reducidos o, por el contrario, me he salido de la carrera. He querido constatar la existencia de un flamenco tradicional que nunca se opuso a la experimentación y la innovación, y a las apuestas personales, nada dogmáticas, de algunos artistas flamencos que han querido ir por su cuenta y riesgo. Quienes se han salido del cauce saben muy bien que “flamenco”, en el sentido que se da al término en su realidad “canónica”, de “palos” definitivamente “cristalizados”, no hacen. Pero bueno, conviene ir poniendo ejemplos. Mi paisana María García, en el siglo Niña Pastori, canta toda la ortodoxia desde que tuvo uso de razón, pero huyendo el remiendo en los calzones y porque se ha encontrado cómoda y gustando a la gente, ha hecho lo que ha hecho. El caso de José Mercé es quizá más expresivo porque venía del mismísimo tronco del faraón, de la familia Sordera, que emparenta con Paco La Luz y las estirpes más señeras del flamenco tradicional. Él mismo lo ha confesado, a quien esto dice: he cantado más de mil seguiriyas..., y canto lo que me da la gana. O sea, Al alba, Pilas alcalinas pa mi corazón cansado, y aindas mais, que dicen los gallegos. Y el tercer ejemplo de esto que vengo diciendo, y que ha contraído sobre su persona el mayor número de rayos y truenos, es un cantaor con el que creo que me une una buena amistad, alguien entrañable, muy simpático y con una historia detrás muy complicada. Me refieron a Diego el Cigala. Que “Lágrimas negras” se haya convertido en un suceso internacional, en un éxito completo, ha revolucionado a la panda del remiendo en los calzones y en mi hambre mando yo y más vale morir de pie que vivir de rodillas y todas esas tonterías. Sin el eco, sin la flamenquería que tiene El Cigala, las “Lágrimas” se habrían vuelto marrones. Pero nada, la miopía de los ortodoxos de pacotilla y la de algunos críticos-talibanes, máspapistasqueelpapa, se han cebado sobre este trío de artistas inconmensurables, echándolos del flamenco bajo el principio tridentino “extra ecclesia nulla salus”. Aquí la respetabilidad, la honorabilidad y el buen sentido para señores como Meneses, Agujetas y algunos críticos y directivos de peñas flamencas a los que Antonio Mairena, o la discografía, le enseñaron a “distinguir” entre la soleá de Alcalá y la de Triana, los tangos de la Repompa o de Pastora, el fandango del Gloria del de la Calzá, y así. Honoris causa, por supuesto.

Existe un cante ortodoxo. Me encanta. Es el flamenco tradicional, las formas que el tiempo ha cristalizado. Sea el de la vía del tren de Juan Talega o del remiendo en los calzones de toda la vida. Siempre va a estar ahí como manantial de inspiración, y de imitación, y de recreación. Y no por el falso aforismo de la bondad de todo lo antiguo. Como si todo lo antiguo fuera el acueducto de Segovia. Lo viejo y lo antiguo, a menudo, devienen en formas antitéticas. Lo viejo, por viejo, que no caduco, no tiene por qué ser desechado. Ni lo antiguo tiene que ser prestigiado por su sola esencia. El flamenco viejo y el flamenco antiguo son las dos piernas de la ortodoxia tamizada por el cernidor de la crítica enceguecida por la soberbia. Pero todo es música. Y la música nos pone frente a ella y nos exige el diálogo del sentimiento, de la epidermis, de la pasión. Toda la música sin excepción.

En clave de riqueza cultural de Andalucía y de España toda, el flamenco tradicional es un grandísimo tesoro a preservar, estudiar, difundir, divulgar, explicar, dar a conocer a las generaciones. Mucho se quedó en el camino. Digo cantaores y cantes. Hay un árbol de cantes y unas genealogías. Todo eso ha configurado el futuro. Y condicionado el presente.
En eso estamos, o sea.

Muchas gracias _________________________________________


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