miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Pinsapar / LOURDES, VIVIR PARA CONTARLO



Ayer he sabido que Das Lied von Bernadette, de Franz Werfel (Praga, 1890) fue escrito en la huida que el novelista checo hizo con su esposa Alma (Schindler) Mahler, viuda del genial Gustav Mahler, a través de Europa huyendo de los nazis. Una suerte de promesa realizada en Lourdes que pudo dar cima en los Estados Unidos, tras muchos avatares y peligros, con un éxito espectacular.

No he ido a Lourdes huyendo de nadie, ni en la búsqueda de un milagro, ni con promesa alguna. He ido sencillamente, me he dejado llevar. Abierto, para sumergirme en una incógnita que lleva más de un siglo abierta a la contemplación. Y he podido ver -vivir para contarlo- lo que no necesito haber visto en Lourdes porque está a la vista en cualquier parte, con sólo mirarlo. He visto de un lado el dolor, un dolor abrumador, humano, junto a la sorpresa de la contemplación del misterio que somos. La Fe.

A las cuatro y media de todas las tardes en Lourdes se forma la procesión de los enfermos. Un ejército de voluntariado con uniforme de enfermera transporta una hilera interminable de sillas de ruedas y de camillas con ruedas por una explanada en dirección a la gruta en donde muchos creen que se le apareció la Virgen a Bernadette Soubirous (Lourdes, 1844) 18 veces. Es una roca oscura y húmeda que mira a un río siempre movedizo y cercano, el Gave de Pau. Entre Massabielle, que significa “rocas viejas”, en donde hoy hay una imagen de la Virgen tal como la describió la niña, y el Gave de Pau, pasa una devoción de más de un siglo. Y la esperanza de la humanidad enferma.

Llegar a Lourdes atravesando Foix, tras entrar en el Parque de los Pirineos por el camino que sale de El Formigal es un espectáculo insólito. Difícil se me hace contar la multiciplicidad de las montañas, con sus riachuelos en lo hondo de los valles y las muchas cascadas por donde cae el agua a peso, y la notable diferencia de las laderas, casi desierta la española frente a una exuberancia vegetal en la francesa, en donde llama poderosamente la a tención la perfecta verticalidad de los pinos negros de alta montaña en la pared insólita. El esplendor vegetal con profundas hoces y gargantas acabará conduciendo a un valle con la particular melancolía y grisura de los Pirineos atlánticos. Digo que se pasa cerca de Oloron (que conocía por una maravillosa novela inédita de Amaya Zulueta) y de Pau, y que no muy lejos están muchos nombres vinculados a la reciente historia trágica de España.

El paisaje, impregnado del colorido lejano de nuestros ojos habituales, te conduce suavemente a Lourdes, con sus 300 hoteles, sus tiendas de recuerdos. Y el mensaje que te guarda.

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