martes, 3 de enero de 2017

El Pinsapar / EL PAÍS DE UNA BANDERA


















________ El pais es una bandera

Turquía fue para mí el país de una bandera… La vi ondear en las embarcaciones del Bósforo, en las gasolineras de la Capadocia, en los edificios oficiales de Estambul, las mezquitas e iglesias, las casas particulares, los hoteles del litoral de Antalya, las playas, en los museos de Ankara… Cada trecho de paisaje incluía la bandera roja con la media luna y la estrella de cinco puntas. Sí, era el país de una bandera. Un país inmenso, por otra parte. Lleno de variedad y riqueza y maravilla. No tengo espacio para describir esa riqueza de palacios otomanos, mezquitas impresionantes, iglesias cristianas. Y Santa Sofía. Era un país moderno, exactamente como el nuestro, como otros de Europa. En el atuendo, el modo discreto de ser musulmán o no ser nada. Quiero decir que en Egipto o Jordania creí ver que la solución de los problemas del mundo árabe o llegaba por la mujer musulmana o no llegaría nunca pero en Turquía entendí que era posible la laicidad en el mundo árabe. Pese a las más de mil mezquitas y los cantos del muecín invocando el poder de Alá. Lo creí. Sinceramente lo creí. Ocurre que al poco de volver de Egipto se produjo el triunfo de los Hermanos Musulmanes y la presidencia de Mohamed Morsi, y el posterior triunfo del golpe del general Abdul Fatah al-Sisi. Con las secuelas que los golpes de Estado o intentos de golpe tienen en esos países crueles.

En Turquía ahora se dan muchas de las circunstancias que derribarán mi imagen de ese país que me enamoró. La guerra de Siria, los intereses de Rusia y la política del principal aliado en Oriente de Israel, han convertido el deseo de ser un país como los demás europeos, que inició Mustafa Kemal Ataturk, en estas primeras planas de los diarios y los primetime de las televisión y emisoras de radio. El país laico retrocede, la bandera de la media luna y la estrella destila cada día más el verde de los oasis y los mosaicos de las mezquitas, el Islam. Porque un fallido golpe de Estado, bien confuso, ha endurecido el corazón de una democracia suisgeneris. En forma de miles de encarcelados, miles y miles de represaliados, depurados y puestos en los márgenes del país. Y además esta secuela de asesinatos masivos que nos paralizan.

Pongo delante el espejo para mirar el mundo que habito, donde parecería imposible que ocurran estas desgracias colectivas. Pero ya no me fío, no me fío nada. Y soy pesimista. Porque hay retos muy difíciles, órdagos imposibles de los nacionalismos. Turquía me ha quitado la venda de los ojos.

 Diario de Cádiz
   El Pinsapar
   03 01 2017

lunes, 2 de enero de 2017

VALLEJO, MONTPARNASSE, BERRAQUERO


_________ Había pedido a mi amiga la doctora García Plata, catedrática de la Universidad de la Sorbona, que me llevara a la tumba de César Vallejo. No lo olvidó y cuando nos vimos en París, me lo dijo: Mañana vamos al cementerio de Montparnasse, para que veas la tumba de tu querido Vallejo. Hicimos una ruta de autobuses y caminatas hasta que llegamos al famoso cementerio donde reposan los restos del poeta peruano y otros muchos grandes artistas universales, músicos, científicos, pintores, escritores, cantantes… Provistos de un mapa pudimos llegar a esa tumba sobre la que habían dejado palabras y piedritas otros antes que nosotros. Sentí una emoción difícil de describir. Me senté en la tumba contigua, más por el ahogo de las emociones que por el cansancio, y pensé largamente en el autor de Trilce, al que tanto debo. Más o menos repuesto de las muchas emociones nos encaminamos hacia la tumba de Cortázar, también con piedritas y pequeñas vasijas de cristal con papeles escritos dentro sobre la lápida. Entre una y otra, vimos los nombres de Berlioz y Adolphe Adam, Alkan y Léo Delibes, Foucault y Goncourt, Sacha Guitry y el poeta alemán Heinrich Heine, Renan y el gran Stendhal… No sigo pero créeme, la historia de Europa estaba allí, los grandes nombres que nos hicieron pensar, reír, llorar y soñar, estaban en ese cementerio tan grande bajo el sol de una mañana de primavera tardía en París.

Hoy me ha asaltado ese recuerdo porque este año se cumplirán los primeros 25 años de la inmortalidad de Camarón. Yo estuve allí, en el cementerio de La Isla, la mañana que le dieron sepultura, con ese hombre de camisa negra rota gritándole a la hondura de la fosa donde habían dejado el ataúd del cantaor "¡No te vayas, Camarón, no te vayas!" y a toda su familia y amigos enloquecida de dolor. Hoy sigue siendo uno de los lugares insustituibles de los visitantes de nuestra ciudad. Se cuentan por miles quienes han venido llegando al mausoleo que construyeron para su homenaje Manuel Correa y Alfonso Berraquero, autor de la imagen de un Camarón glorioso sentado majestuoso sobre una silla.

Berraquero, Alfonso Berraquero, hace poco que ha fallecido. El mejor escultor e imaginero de esta ciudad en toda su historia murió tras una penosa enfermedad. Si La Isla hubiera sido París, si España hubiera sido Francia, la tumba de Alfonso Berraquero estaría ya construyéndose en el cementerio en donde descansa José Monje Cruz. Con cargo a la ciudad. No somos París, es evidente. Ni mucho menos Francia. Somos esto que somos, este aluvión de todo lo que llevan los caños, este agua que entra y sale por la marea. Por eso soy tan francés, tan parisino y de tan de cualquier sitio en donde se respeta el arte y a los artistas, y se les da el cariño en vida y en muerte. José Monje y Alfonso Berraquero no son Mozart ni Miguel Ángel, ni lo pretendieron. Pero son nuestros Mozart y Miguel Ángel. Demasiado grandes para cubrirlos con la manta de la incuria y el olvido.































Este retrato me lo hizo Alfonso Berraquero en los años setenta...