lunes, 22 de agosto de 2011

LA CASERÍA. ALFONSO SILÓNIZ

Cuando vi una foto suya, de Paris, me quedé asombrado. Lo que yo creo que debe tener una foto y los mimbres con que se hace, estaba allí. Y la mirada. Técnica y mirada hacen al fotógrafo como la harina y el agua hacen el pan. Busqué otras fotos y encontré una puesta de sol en Cádiz. Era perfecta también. Y seguí buscando y encontré ésta de La Casería de Ossio. Me rendí. Había captado la esencia de este rincón de la Isla de Camarón que tanto amo.

Las casetas de latas y maderas, enhiestas sobre la arena del playón antiguo de la vieja Real Isla de León, el nublado invernal de los que hacen exclamar a todos "¡La que va a caer"!, los grises, los blancos, los ocres... Hasta el cromatismo es pobre, o mejor modesto, cotidiano. El mar refleja el nuberío invernal, las planchas oxidadas de los muros exteriores de las casetas, el desorden que hace la marea, todo configura una estampa que contraponer a otra excelsa en la que, sobre el mismo escenario, muchas tardes de sol, el viejo dios se agelatina y se hunde con majestad en el mar, por donde cae América. Entonces esas aguas hoy de plomo espejean platas y fulgores, ese cielo abrumado por la que va a caer es un limpio celeste que se ocasa. Y cuando ya el mar sediento ha ingerido la gelatina naranja que es el sol del poniente, la luz está en el mar.

Nos debe también esta foto el fabuloso fotógrafo gaditano. Él, Alfonso Silóniz...

sábado, 20 de agosto de 2011

UNA PORTADA ENCANTADORA




















Una portada encantadora...

MEINDERT HOBBEMA - ALAMEDA

Fue bautizado en Amsterdam como Meindert Lubbertsz pero desde muy temprana edad se le llamó por el sobrenombre de Hobbema. A los quince años pasó, junto con sus hermanos, al cuidado del orfanato municipal de Amsterdam y dos años después entró en el taller de Jacob van Ruisdael donde se inició y formó como pintor. Su primera obra como maestro independiente,  está fechada en 1658, Hobbema tenía veinte años. 

Con Avenida de árboles en Middelharnis -National Gallery, Londres-, de 1689, su lienzo más conocido de la última etapa, un paisaje donde impera el orden, la simetría, la belleza...



jueves, 11 de agosto de 2011

El Pinsapar / MORAÍTO


















_____ Moraíto

Este calor, como cuando entonces. Este viento. Este dolor. Han pasado 19 veranos ininterrumpidos pero nada podrá borrar de mi recuerdo ese calor, este viento. Con muertes así y este calor, ese levante, las miradas muestran cómo trabaja el dolor, el daño que sin misericordia hace por dentro. Expresan de un peso que no se soporta, que nos vence, nos aplasta, nos quita el aliento. Lo vi aquel julio por La Isla, aquella mañana en el cementerio del mediodía, bajo una luz atómica, luto negro y camisas rotas, gritos de no te vayas, Camarón que tenían cuchillos oxidados. Lo digo ahora, 19 veranos después y respirar me cuesta. Lo digo ahora en que casi acaba de morir Moraíto Chico, de otro maldito cáncer de pulmón. Con 55 años. Y he visto algunas caras como las de aquella Isla de julio, digo la de José Mercé, y de Fernando de la Morena, las caras de las mujeres de la familia del guitarrista más flamencos de todos. Lo ha dicho el gran maestro jerezano, Paco Cepero, y ha sonado como suena un látigo. Dicho por un gran maestro, de Moraíto, como un golpe de látigo en el viento que nos tiene enloquecidos: "Se va el guitarrista más flamenco de la historia". Paco tiene esto, que cuando habla suena. Y sube el pan. No es ya la autoridad, es que empezó tan joven y ha vivido tanto, sabe tanto, que eso es lo que tiene. Nadie podrá decir nada mejor dicho. Repitamos la reacción de Cepero al golpe de la muerte de su compañero: El guitarrista más flamenco de la Historia. Es para ponerlo en la lápida, en el libro, en la memoria frágil de muchos. El más flamenco de la Historia. 

Hoy le darán sepultura en su Jerez, que llegó a resumir en su compás más flamenco de la historia. Hasta el punto de que muchos empezaron a notar que los huesos que hoy tanto duelen se movían con su toque, se salían de la entabladura. Lo hemos oído con José Mercé, con Macanita, con El Torta, La Paquera, todo el Jerez de la magia y el compás. Con Camarón, tan jóvenes... ¡Qué buen flamenco era! Es que no se lo puede creer uno, que se vayan, que nos "vayemos" todos al encuentro con el Misterio sin entender nada. ¿Y ahora qué pasa con el compás más flamenco de la Historia?                                                                                                                                                  

Había olvidado que Pepe Castaño me dijo que estaba "malito" cuando mi hermano Rafael, que lo solía ver en el hospital jerezano, me llamó para decirme que había muerto. ¿Uff, por qué me llaman? Hacía música, hacía feliz a todos. Tenía esas manos que les dio Dios para las cuerdas de la guitarra, para el compás más flamenco de todos, el más flamenco de la Historia...

Diario de Cádiz
El Pinsapar
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jueves, 4 de agosto de 2011

miércoles, 3 de agosto de 2011

I FALL TO PIECES











"La muerte no puede matar lo que nunca muere: el amor”. Mandada poner por su madre en una sencilla placa de bronce, esta inscripción descansa sobre la lápida de Patsy Cline, la dama de voz aterciopelada, luminosa en plena tormenta sentimental, que reinó en el country a finales de los cincuenta y principios de los sesenta y transformó el género con su maravilloso ropaje pop.


Décadas después de su trágica muerte en 1963 por un accidente de avión, la inscripción se recoge como una extraña pero certera definición de la vida y la obra de Cline, una gran cantante que se fue con tan solo 30 años pero cuya resonancia todavía se percibe en el country, en sus baladas heridas pero dignas, en sus pequeñas historias de desgracia y superación cargadas de verdad, de pasmosa y conmovedora verdad. 

Su legado está lejos de caducar. Patsy Cline es una de las artistas más importantes de la música norteamericana de raíces. Más allá del aura de leyenda que conserva por su temprano fallecimiento, esta vocalista simbolizó el sonido original de Nashville al tiempo que llevó un country destilado con pasión y elegancia a las grandes audiencias, cruzando las fronteras de las listas temáticas del country & western a las del pop en una época donde la juventud buscaba emanciparse de los convencionalismos de su pasado inmediato. Cuando publicó en 1961 I fall to pieces, definiendo su célebre estilo menos crudo y más comercial, llegó al puesto número 12 de Billboard, erigiéndose como una nueva estrella de la canción estadounidense. 

Nacida en 1932 en Virginia, su verdadero nombre es Virginia Patterson Hensley, hija de un hombre de más de 40 años y una chica menor de 16. Su padre terminó abandonando a su madre, quien fue para la cantante una especie de hermana mayor más que cualquier otra cosa. Desde niña quiso dedicarse a las artes y pensó en ser bailarina, pero encontró en el canto su verdadera virtud. Sin ningún aprendizaje profesional, se guiaba por el oído mientras encontró un referente en Kate Smith, una vocalista de variedades que se hizo famosa por cantar God bless America de Irving Berlin, considerado el segundo himno de EE UU tras el oficial The Star-Spangled Banner. Impresionada por su capacidad vocal, Cline interpretaba canciones populares de hillbilly, que habían llevado consigo muchos inmigrantes del sur estadounidense que fueron en busca de mejores trabajos al norte. También porque era el menú diario de varios programas de radio que proliferaron a mitad de siglo. 

Como se cuenta en la Historia de la música country escrita por Alfonso Trulls, la paz que siguió al final de la II Guerra Mundial fomentó un periodo de abundancia y bienestar para los norteamericanos, que se manifestó en todos los campos y actividades. La música country no estuvo exenta de estos beneficios, enriqueciéndose con la fusión de los sonidos tradicionales y los comerciales. Fusión que aportó al género un gran impulso popular. Para los años cincuenta, la radio, cuyo poder de emisión no paraba de crecer, ayudó en la difusión de los nuevos talentos. El country extendió su mercado a zonas hasta entonces impensadas como Pennsylvania, Ohio, Michigan o Virginia, abandonando el sur como único mercado posible. 

Esta situación permitió que una joven de Virginia pudiese tener una oportunidad en un género hasta entonces dominado por hombres del sur. Pero no solo eso. Sin ser la única que se adentró en el country, Patsy Cline marcó su propia pauta y adquirió un rápido éxito, a pesar del rechazo que sufrió por ser “demasiado joven” en el legendario Grand Ole Opry de Nashville, el programa radiofónico donde se dio oportunidad a decenas de artistas que actuaban sin cobrar pero alcanzaban una grandísima reputación. Con determinación y una voz angelical, en 1957, rompió todas las previsiones con Walkin after midnight, que llegó hasta las listas del pop. En esta canción se hallaban ya pistas de su mejor cancionero: un timbre maravilloso cantando con pena y orgullo a los corazones rotos. Sin embargo, no todas las grabaciones tuvieron tan buena acogida. La vocalista no se encontraba a gusto en la vertiente más rural del country. A pesar de que cantar este tipo de música era su único objetivo, el esplendor artístico no llegó hasta que el productor Owen Bradley dio con la fórmula para ella. Como se cuenta en el libro Honky Tonk Angel: The Intimate Story of Patsy Cline de Ellis Nassour, Cline sacaba lo mejor de sí misma en las baladas, en canciones más lentas que las del hillbilly tradicional. A decir verdad, era una voz de marcado brillo pop aunque, eso sí, con verdadero corazón country.

Si la década de los sesenta se conoce como la era de los productores en la música country, se debe a gente como Chet Akins, Billy Sherrill y Owen Bradley. Este último, quien tuvo en sus manos las carreras de Brenda Lee o Loretta Lynn, definió el sonido de Nashville a finales de los cincuenta con el objetivo de llevar la música vaquera a las grandes ciudades. Para ello, la voz de Cline era perfecta por su intensidad y su estupenda dicción, sin acento de ningún tipo. De esta forma, Bradley vistió al country de cuerdas y vientos y lo adornó con coros, como los que The Jordanaires hicieron en algunas de las canciones de Cline. El sonido de Nashville, también conocido como countrypolitan, gozó de una gran cosecha artística antes de que a la década siguiente perdiese el norte por el pop más vacuo e insulsas instrumentaciones borrasen la esencia de un género tan ilustrativo del sentir norteamericano.


Con sus sofisticados vestidos y peinados, la cantante de Virginia, mucho más dulce que los vaqueros del sur, se convirtió en una imagen más urbana para el country. Solo basta escuchar She got you o Tennesse waltz, de entre el más del centenar de sus canciones registradas entre 1955 y 1963, para captar ese efecto a modo de hechizo. Solitarios anhelos que cazaban espíritus errantes y abandonados a la peor de las suertes. Su carrera estaba destinada a las más altas cotas pero, tristemente, un accidente de avión le quitó la vida el 5 de marzo de 1963, camino de Nashville, tras un concierto en Kansas City. Nacía la leyenda, un icono femenino del country y la música popular norteamericana, que inspiraría a decenas de cantantes desde sus contemporáneas Loretta Lynn o Wanda Jackson hasta más actuales como Emmylou Harris o Cat Power.

En un artículo, la revista Time calificó a Patsy Cline como la “María Callas del country”. Sin embargo, algunos puristas del género entendieron siempre que lo suyo no era auténtico por esa aproximación comercial, novedosa para los cincuenta y alejada de la base más rural. Pero en la raíz misma de su voz se descifraba el secreto del mejor country. “Oh, Dios, simplemente canto como herida me siento por dentro”, solía decir la cantante en referencia a su música. Escuchando sus relatos de amores y desamores, canciones como Crazy o Sweet dreams, no hay más verdad que la que se oye, que se mastica y se traga en soledad, y que señala a fuego vivo el precio que se ha pagado o se pagará por aquello que ni la muerte puede hacer olvidar.

El País
'Acordes rotos': Patsy Cline, conmovedora voz con corazón country.
Fernando Navarro
2011 08 03_


I fall to pieces...
Patsy Clane