domingo, 26 de septiembre de 2010

Calle Real / EL CUADRO


📷 Antonio Atienza

____ El cuadro

Verdaderamente, si no contáramos con el cuadro de José Casado de Alisal (Palencia, 1832) puede que no tuviéramos el imaginario de una multitudinaria ceremonia civil y religiosa, a la que tan dado somos los españoles, de la Iglesia de San Pedro y San Pablo de la Villa de la Real Isla de León de 1810. Le ocurre igual al cuadro de Michelena “Miranda en La Carraca”. O a los grandes lienzos pintados por David que reflejan el esplendor del Napoleón más imperial. Esto lo vio una persona realmente dotada para la escena, Manuel Foncubierta. Que haya sabido encontrar en la sabiduría y bondad de Jaime Aragón la arquitectura histórica del día no resta un ápice al talento demostrado para recrear una jornada histórica a través de ese cuadro famoso del juramente de los diputados ante el Cardenal Borbón en nuestra iglesia mayor el 24 de septiembre de hace dos siglos.

Cuando pasó el desfile, y Los Reyes y el Teatro de las Cortes oían el extraordinario discurso de José Bono, el gentío que había vitoreado a Don Juan Carlos y Doña Sofía, se hizo con la totalidad de la calle Real y abarrotó esa iglesia del juramento. Porque sabía que un grupo importante de actores aficionados, adiestrados en las últimas semanas por la perseverancia y el buen hacer de Manuel Foncubierta, realizaría la recreación histórica del día de hace dos siglos. Asistí casi en primera fila (por cierto junto a un seminarista croata de la diócesis de Tanzania y otro cañaílla, muy cercano a la ordenación) a la recreación del Juramento y no salía de mi asombro por la voluntad de estos hombres, ataviados con los vestidos de la época, metidos y su papel, dando vida a una jornada absolutamente singular de nuestra historia local y nacional.

El día luminoso, la presencia de las altas dignidades del Estado y de Los Reyes, la gente participativa y hospitalaria, tenían para mí, en esa iglesia abarrotada, el broche de oro. Porque el pueblo cañaílla, hoy como hace 200 años, prestaba su concurso y su emoción a la gran gesta histórica del 24 de septiembre.

No sabía entonces que el grupo teatral de la recreación había preparado en el atrio del ayuntamiento otra interpretación esencial, la constitución de las Cortes, la elección de su primer presidente, los discursos de Muñoz Torrero y Luján, la reacción del presidente Lázaro de Dou ante el plante del Regente, a quien destituyó las Cortes ya constituidas en soberanas. Como decía, el asesoramiento del dr. Aragón, uno de nuestros historiadores punteros, y el gran talento escénico de Manuel Foncubierta, pusieron un auténtico broche de oro al día. Pero claro, faltó la grandeza de este gobierno local actual realmente mezquino para con gentes como Foncubierta, generoso y desprendido. Con su pan se lo coman. Porque privó al pueblo de asistir a una representación maravillosa de un día maravilloso. Como se merecía. No invirtiendo en una verdadera puesta en escena, no poniendo sillas en la plaza, tratando a un grupo nobilísimo de actores aficionados como si fueran titiriteros. Más o menos.

Diario de Cádiz
Calle Real
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jueves, 23 de septiembre de 2010

HOY_24 DE SEPTIEMBRE 1810



_________ Mañana empezó todo. Hace dos siglos. Digo que los diputados llegados de la vieja España de ambos hemisferios estaban como quien dice cogiendo el sitio de la procesión formada en la Iglesia de San Pedro y San Pablo de La Isla, en donde acababa de celebrarse la Misa del Espíritu Santo y cantarse el Te Deum para la labor que se iniciaría en el cercano Teatro de Comedias aledaño a la principal iglesia de la villa. Las Cortes Generales y Extraordinarias del Reino de España iban a constituirse para dar una respuesta distinta a la monarquía impuesta por Napoleón, emperador de Francia, en la persona de su hermano José. Y al futuro de lo que continuamente se nombraba ya como "la nación española".

En la Real Isla de León, segregada lustros antes de Cádiz, de cuyo municipio formó parte durante siglos, estaba la Regencia, el Ejército de Extremadura, mandado por Alburquerque, que la había fortificado, la Real Armada y un pueblo múltiple, venido de aquí y de allá de las Españas, huido de las ciudades sitiadas y vejadas por la Grand Armée napoleónica. Se había constituido en "escopeteros salineros", milicias voluntarias y ejército regular bajo la consigna de hasta aquí llegó la ignominia. Y en diputados dispuestos a construir el futuro del viejo Reino sin Rey ni dignidad.

Dos siglos. Mañana. Mentira parece pero atruena los oídos a poco que se pongan a escuchar el estrépito que todavía está en el aire de La Isla. Los acentos del español de España, y de América, expresan en la villa las preocupaciones de un asedio y sitio establecido y los temores por las embestidas del ejército que entró en Madrid a sangre y fuego, y venció en todas las batallas. Pero un ímpetu va a nacer mañana en La Isla, un rien ne va plus en el verde tapete de la verdad del cara o cruz. El futuro está a punto de iniciar un recorrido imparable.

Mañana, a las doce de la noche, esas Cortes de la procesión de la Iglesia de San Pedro y San Pablo, en sesión secreta, escribirán en letras de oro la esperanza y el sueño de quienes se mueren sin libertad: la soberanía reside esencialmente en la Nación. España ya era multisecular, no la nación política, la nación española, que empezaba a nacer mañana, hace doscientos años, en el modesto teatro de comedias de la villa.

200 años. Celebramos la hazaña, la obra construida. La deuda que la España de hoy tiene contraída, en moneda de libertad, con la España empezada a constituir en la Villa de la Real Isla de León del 24 de septiembre de 1810, y felizmente ultimada el 19 de marzo en la trimilenaria ciudad de Cádiz, es impagable.

Los Reyes, que lo saben, vienen a decirlo. Sean bienvenidos.

Diario de Cádiz
El Pinsapar
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miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Pinsapar / LOURDES, VIVIR PARA CONTARLO



Ayer he sabido que Das Lied von Bernadette, de Franz Werfel (Praga, 1890) fue escrito en la huida que el novelista checo hizo con su esposa Alma (Schindler) Mahler, viuda del genial Gustav Mahler, a través de Europa huyendo de los nazis. Una suerte de promesa realizada en Lourdes que pudo dar cima en los Estados Unidos, tras muchos avatares y peligros, con un éxito espectacular.

No he ido a Lourdes huyendo de nadie, ni en la búsqueda de un milagro, ni con promesa alguna. He ido sencillamente, me he dejado llevar. Abierto, para sumergirme en una incógnita que lleva más de un siglo abierta a la contemplación. Y he podido ver -vivir para contarlo- lo que no necesito haber visto en Lourdes porque está a la vista en cualquier parte, con sólo mirarlo. He visto de un lado el dolor, un dolor abrumador, humano, junto a la sorpresa de la contemplación del misterio que somos. La Fe.

A las cuatro y media de todas las tardes en Lourdes se forma la procesión de los enfermos. Un ejército de voluntariado con uniforme de enfermera transporta una hilera interminable de sillas de ruedas y de camillas con ruedas por una explanada en dirección a la gruta en donde muchos creen que se le apareció la Virgen a Bernadette Soubirous (Lourdes, 1844) 18 veces. Es una roca oscura y húmeda que mira a un río siempre movedizo y cercano, el Gave de Pau. Entre Massabielle, que significa “rocas viejas”, en donde hoy hay una imagen de la Virgen tal como la describió la niña, y el Gave de Pau, pasa una devoción de más de un siglo. Y la esperanza de la humanidad enferma.

Llegar a Lourdes atravesando Foix, tras entrar en el Parque de los Pirineos por el camino que sale de El Formigal es un espectáculo insólito. Difícil se me hace contar la multiciplicidad de las montañas, con sus riachuelos en lo hondo de los valles y las muchas cascadas por donde cae el agua a peso, y la notable diferencia de las laderas, casi desierta la española frente a una exuberancia vegetal en la francesa, en donde llama poderosamente la a tención la perfecta verticalidad de los pinos negros de alta montaña en la pared insólita. El esplendor vegetal con profundas hoces y gargantas acabará conduciendo a un valle con la particular melancolía y grisura de los Pirineos atlánticos. Digo que se pasa cerca de Oloron (que conocía por una maravillosa novela inédita de Amaya Zulueta) y de Pau, y que no muy lejos están muchos nombres vinculados a la reciente historia trágica de España.

El paisaje, impregnado del colorido lejano de nuestros ojos habituales, te conduce suavemente a Lourdes, con sus 300 hoteles, sus tiendas de recuerdos. Y el mensaje que te guarda.